miércoles, 15 de diciembre de 2010

Actividades de: Pantaleón y las visitadoras

1.-
Esquema de la comunicación

-Emisor: Narrador (Protagonista).
-Receptor: Sinchi.
-Canal: Aire.
-Código: Lenguaje español hablado.
-Mensaje: Fragmento.
-Contexto situacional: Diálogo entre dos personajes.

Funciones del lenguaje

-Función referencial (el personaje expresa frases objetivas, haciendo referencia a algo).
-Función expresiva (el personaje expresa sus emociones y sentimientos puesto que el fragmento es un diálogo subjetivo).

2.-
El texto está escrito en un registro informal, vulgar y coloquial, puesto que presenta diversas características propias de dichos registros, como por ejemplo loísmo (“lo menos 4 meses”).

3-.
El texto pertenece al género narrativo puesto que presenta diversas características propias de dicho género, como por ejemplo:
-Presenta una serie personajes secundarios en torno a uno principal.
-Presenta una trama argumentativa constituyente por:

-Planteamiento
-Acción
-Conflicto
-Desenlace

-Presenta tiempo interno, externo y un espacio.

4.-
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa, Perú, domingo 28 de marzo de 1936), más conocido como Mario Vargas Llosa, es un escritor en lengua española, considerado uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos. Peruano de nacimiento, cuenta también con la nacionalidad española, que obtuvo en 1993. Su obra ha cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Nobel de Literatura en 2010, «por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota»;el Premio Cervantes (1994) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), entre otros. Vargas Llosa alcanzó la fama en la década de 1960 con novelas, tales como La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1965) y Conversación en La Catedral (1969). Continúa escribiendo prolíficamente en una serie de géneros literarios, incluyendo la crítica literaria y el periodismo. Entre sus novelas se cuentan comedias, novelas policiacas, novelas históricas y políticas. Varias de ellas, como Pantaleón y las visitadoras (1973) y La Fiesta del Chivo (2000), han sido adaptadas y llevadas al cine. Muchas de las obras de Vargas Llosa están influidas por la percepción del escritor sobre la sociedad peruana y por sus propias experiencias como peruano; sin embargo, de forma creciente ha tratado temas de otras partes del mundo. Ha residido en Europa (entre España, Gran Bretaña, Suiza y Francia) la mayor parte del tiempo desde 1958, cuando inició su carrera literaria, de modo que en su obra se percibe también una cierta influencia europea. Al igual que otros autores latinoamericanos, Vargas Llosa ha participado en política a lo largo de su carrera. Fue candidato a la presidencia del Perú en 1990 por la coalición política de centroderecha Frente Democrático (Fredemo).


5.-
Físicamente, el fragmento lo define muy escasamente, hasta el punto de solo poder decir que tiene los pies hinchados debido al esfuerzo producido en su trabajo.
Psicológicamente, el personaje parece estar cansado y estresado por diversas razones.

Biografía de Luis Cernuda

Nace en 1902 en Sevilla. Allí fue alumno de P.Salinas. Partidario de la República, se exilia en 1938. Viaja por G.Bretaña y Estados Unidos y muere en México, en 1963. Soledad, dolor, sensibilidad... son notas características de la personalidad de Cernuda. Su descontento con el mundo y su rebeldía se deben, en gran medida, a su condición de homosexual, a su conciencia de ser un marginado. Admite ser un "inadaptado". Sus principales influencias proceden de autores románticos: Keats, Hölderling, Bécquer... También de los clásicos, en especial de Garcilaso. Hay una voluntad de síntesis muy propia del 27. Su obra se basa en el contraste entre la su anhelo de realización personal (el deseo) y los límites impuestos por el mundo que le rodea (la realidad). Es una poesía de raíz romántica. Los temas más habituales son la soledad, el deseo de un mundo habitable y, sobre todo, el amor (exaltado o insatisfecho). Posee Cernuda un estilo muy personal, alejado de las modas. En sus inicios toca la poesía pura, el clasicismo y el Surrealismo, pero a partir de 1932 inicia un estilo personal, cada vez más sencillo (de una sencillez lúcidamente elaborada), basado en un triple rechazo. Desde 1936 Cernuda reúne sus libros bajo un mismo título: La realidad y el deseo, que se va engrosando hasta su versión definitiva, en 1964.

Luis Cernuda - Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.




lunes, 13 de diciembre de 2010

El lenguaje ( Juan Manuel de Prada )

En un pasaje singularmente bello del Génesis, Yavé trae ante Adán todas las bestias del campo y las aves del cielo para que las nombre según su gusto; y Adán las nombra, una a una, mientras desfilan ante él, como poseído por una inspiración vertiginosa, plenamente divina, con palabras recién estrenadas que brotan de sus labios como la abundancia brota de una cornucopia, palabras ignotas y refulgentes que al propio Adán causarían pasmo y perplejidad, puesto que nunca antes las había escuchado, puesto que nunca antes nadie las había pronunciado, palabras como primicias que bautizaban la belleza matinal del mundo con esa prontitud intuitiva que tienen las palabras para abalanzarse sobre las cosas, como el guepardo se abalanza sobre la gacela. Esta misma impresión de pasmo y perplejidad era la que me asaltaba de niño cuando, de la mano de mi abuelo, salía al campo y lo escuchaba nombrar el mundo circunstante: cuando nos tumbábamos a la sombra de un árbol, mi abuelo lo llamaba por su nombre –encina, roble, olmo, abedul, chopo, arce–; cuando un pájaro revoloteaba en la fronda, mi abuelo lo llamaba por su nombre –grajo, abubilla, ruiseñor, estornino, jilguero, gorrión–; cuando nos inclinábamos sobre el suelo para recolectar las plantas medicinales que empleaba en sus tisanas, mi abuelo las llamaba por su nombre –árnica, malva, milenrrama, poleo, ruibarbo, brezo–; y lo que hasta ese momento era tan sólo una planta, un pájaro o un árbol, al conjuro de las palabras de mi abuelo, adquiría el fulgor inextinguible de los tesoros de las mitologías, la palpitación de la vida recién creada, el temblor cálido y diminuto de los milagros. Mi abuelo no era un hombre letrado; no era, desde luego, ornitólogo ni botánico, no acumulaba erudiciones enciclopédicas, ni siquiera había completado la instrucción primaria, allá en la escuela de su pueblo, de la que sus padres lo habían sacado antes de cumplir los catorce años, para que los ayudase a subvenir las necesidades familiares. Mi abuelo era lo que la banalidad contemporánea designaría como un «hombre inculto» (lo cual podría servirnos para constatar que nuestra época llama «cultura» a una coraza de conocimientos artificiosos, impostados y deleznables, que no nacen de la propia vida); pero era depositario de un meollo de sabidurías ancestrales que había heredado de sus mayores, y entre esas sabidurías que conformaban su genealogía se contaba –como un río subterráneo y dulcísimo que las refrescase– el genio del lenguaje, acertando a nombrar la belleza matinal del mundo, derramándose como una cornucopia sobre el pájaro que sobrevolaba nuestras cabezas, sobre el árbol que nos brindaba su sombra, sobre la planta que nos teñía las manos de un aroma campesino e indeleble.

Constantemente nos referimos, con pesadumbre y congoja, a esa gangrena que llamamos «empobrecimiento del lenguaje»; y es que, en efecto, cada vez hablamos con menos palabras, cada vez tenemos más dificultad para nombrar la belleza matinal del mundo. No reparamos, sin embargo, en que este empobrecimiento del lenguaje discurre paralelo a nuestro divorcio de esa belleza que hemos ido expulsando de nuestras vidas desarraigadas; y a una vida sin raíz no le queda otro remedio sino agostarse, angostarse y perecer. Mi abuelo, como el Adán del Génesis, tenía palabras para designar a las bestias del campo y a las aves del cielo porque las bestias del campo y las aves del cielo eran sustancia de su propia vida, realidad encarnada en su vida; y el lenguaje, que es una herramienta humana, se nutre sin embargo de un fondo ancestral de comunicación directa –comunión– con la naturaleza. Cuando ese fondo se reseca, el lenguaje se amustia, empalidece y jibariza, porque por sus tejidos deja de fluir la savia que lo vivifica, porque ha dejado de ser genesiaco; y así termina por enmudecer. O, en todo caso, en las boqueadas de la agonía, se aferra a las jergas tecnológicas, como la planta de invernadero se aferra al calor embalsado de su cárcel, cuando le falta el calor primigenio del sol; y se convierte en `lenguaje técnico´ que ha dejado de nombrar la belleza matinal del mundo para quedar atrapado en una telaraña de artificios que, cuanto más prodigiosos parecen, más nos enmarañan y asfixian. A la postre, a ese lenguaje enjaulado en la cárcel tecnológica le ocurre como a las fresas cultivadas en uno de esos túneles de plástico que impone la `agricultura intensiva´: que se hincha y engorda pero tiene el sabor insípido de la borra. Ha renegado de su inspiración originaria, ha dejado de bautizar la belleza matinal del mundo, y ya no le resta sino languidecer, huérfano de fulgor, de palpitación, huérfano del cálido y diminuto temblor del milagro.